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Callar con inocencia, Escuchar con Libertad

  • Foto del escritor: Julia Elena Calderon
    Julia Elena Calderon
  • 8 jul
  • 4 Min. de lectura

Durante muchos años, hablar era mi manera de sentirme segura. Me esforzaba por tener respuestas, por decir algo útil, por llenar el silencio antes de que alguien pensara mal de mí. Pero hubo un momento en el que ya no pude seguir sosteniendo ese ruido mental. Este es un escrito honesto sobre cómo pasé de hablar para demostrar mi valor a descubrir la libertad —y el alivio profundo— de simplemente escuchar.


La compulsión de hablar


Día 31: Durante años fui una máquina de respuestas para tapar el silencio que me aterraba, lo cual me llevó a desactivar de mi vida la opción de "escuchar". Hiperdesarrollé la habilidad de hablar, de verbalizar ideas, de llenar el silencio con teorías, estadísticas y razones, porque mostrar que no lo sabía todo era peligroso. Mi sensación de valía, mi imagen perfeccionista y mi vida dependían de ello.


¿Escuchar? No estaba en el mapa, ni en mi lista de hábitos ni habilidades. ¿Silencio? Bellísimo concepto del yoga y del camino espiritual, pero era algo que me aterraba. Necesitaba llenarlo con palabras, con ruidos, con algo. Calladita no me veía más bonita, me veía como un cero a la izquierda (eso pensaba en esa época). Y quería ser todos los ceros a la derecha.


La niña sabelotodo


Desde niña aprendí que debía demostrar que sabía, porque así me aplaudirían y pensarían bien de mí, me aceptarían. Me sentía frustrada si ocupaba el tercer lugar de la clase, porque no era suficiente: para ser valiosa tenía que ser la primera. Esa idea siguió echando raíces hasta convertirme en una perfeccionista obsesionada con tener todas las respuestas para ganarme el aprecio, la aceptación y justificar mi existencia ante el mundo. Me sentía obligada a hablar, a decir lo que sabía, pensando que eso era lo que la gente quería y esperaba de mí. Pensaba que era normal, y no veía que una adaptación interna mantenía mi sistema nervioso siempre en modo "supervivencia".


La mano que apagó todos los canales


El día que superé el miedo al silencio fue cuando realmente quise escuchar la respuesta de Dios a mis plegarias, mientras estaba acurrucada, hundiendo mi cabeza entre mis manos y mis rodillas. Y como estaba totalmente agotada —mental, emocional y físicamente—, no hubo ideas ni palabras cruzando el cielo diáfano de mi mente, y pude escuchar-sentir-saber la respuesta de Dios. Fue un alivio que me bañó completamente; sentí cómo mi corazón pudo descansar, silente. Finalmente, alguien había apagado todo el ruido estridente. Tuve la certeza de que callar y amigarme con el silencio no representaba un peligro: era mi puerta de liberación.


Escucharte a ti misma para escuchar a todos


Eso fue hace casi cinco años, y desde entonces me propuse escuchar más, resguardarme en el silencio. Descubrí que, entre más escuchaba mi voz interior, más fácil era callar y escuchar a los demás. Cuando alguien me contaba sus problemas, fue más fácil empatizar en lugar de saltar como un resorte a darle mil soluciones para su situación. Uno sabe la solución, solo que no quiere tomarla.


Luego entendí que yo quería ser escuchada cuando compartía mis problemas. No quería que el otro empezara a "regañarme", a señalar lo que estaba haciendo mal y a darme soluciones. Yo sabía qué necesitaba hacer y solo quería validación del otro, porque no me validaba a mí misma. Entre menos buscaba validación externa, más escuchaba mi corazón, y entendí cómo se siente validarse a sí mismo. Pude empezar a practicarlo con los demás.


El secreto del matrimonio feliz: escuchar


Pero hablar para demostrar tu valor es un hábito duro de romper, y puedo decir que, satisfactoriamente, solo hace unas cuantas semanas por fin sentí que el nuevo piloto automático en mi vida es escuchar con empatía. Ya tengo el sistema emocional para validar al otro, para pedir permiso antes de darle una opinión (solo una, y no mil); y si alguien me pide mi opinión, siempre aclaro que es mi visión y mi experiencia, que tome lo que le sirva y, si no, que lo descarte por completo.


Esta nueva habilidad de escuchar me ha ayudado a mejorar la comunicación con Sebas: ahora soy capaz de escucharlo sin sentir la urgencia de darle mi punto de vista. Me di cuenta de que antes no escuchaba, solo esperaba para responder o interrumpía sin dejar hablar al otro. Sebas habla despacio, se toma su tiempo para hilar sus ideas, y ahora eso no me impacienta. Respeto sus espacios de silencio entre idea e idea, sin estar maquinando qué le voy a decir cuando "por fin" sea mi turno de hablar. Algunas veces sí me acelero y quiero interrumpirlo porque "está muy equivocado" 😅... pero ya me doy cuenta y me callo, escucho y me escucho. Y como la comunicación es en doble vía, Sebas está reflejando el mismo hábito de escuchar, validad y acompañar en lugar de abrumar con soluciones.


Hablar con inocencia y escuchar con libertad


Antes hablaba sin parar, buscando validación. Si guardaba silencio, empezaba a escuchar el torrente de miedos e ideas negativas sobre mí, sobre las terribles consecuencias de no demostrar mi valor, y eso hiperdesarrolló mi TOC a hablar. Ahora me siento libre de elegir callar y escuchar, porque ya no cargo con la obligación de hablar para salvarme o para demostrar mi valor. Bendito camino espiritual que me ayudó a llegar a este punto.


Hoy sigo cultivando mi capacidad de compartir lo que sé, sin la doble intención de ganar aplausos o la validación externa del público. Quiero hablar con inocencia y escuchar con libertad. El silencio ya no se siente como una amenaza. En el silencio me siento contenida, y me reconozco una con la paz y la dignidad. Completa.


Amén. Hecho es, hecho está.


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